Tomás nació en el seno de una familia clase media tradicional producto del
amor,o algo parecido, entre su madre Carmen, empleada administrativa, y de su
padre Pedro, ex contador, actual artesano e hincha de Ferro.
Hijos de inmigrantes italianos y españoles, no se sabe bien si anarquistas
o fascistas, aunque para el caso era lo mismo porque serían terriblemente
pobres hasta entrada la década del 40’, Carmen y Pedro conocían los rigores de
crecer en hogares donde nada estaba asegurado. Eso habría cambiado considerablemente
cuando ser padres les tocó a ellos. Afortunadamente, podrían darle a Tomás,
otro nivel de vida.
A partir de ahora, bien haría el lector en darle play a Sonata No.14 de
Beethoveen.
Las mieles del capitalismo. El desarrollo. Clases de fútbol, clases de
tenis. Expresión corporal, colegio doble turno, idiomas. Tomás sería ‘M’hijo el
dotor’ o futbolista, algo que a fuerza de prestigio o dinero, sacara a la
familia del anonimato y la miseria de ser del montón. Clase media.
El orgullo de la familia de inmigrantes
que supo construír desde la nada, una vida nueva, más próspera, conseguiría
gracias a su talento, el que fuera, sacar a todos del anonimato y la
mediocridad de vivir de su propio sustento.
El abuelo Atilio, que hablaba su
dialecto y algo de español, estaría orgulloso, brindaría con Ginebra y luego de
la siesta, prepararía con hierbas, sobre las brasas; un conejo criado
especialmente para la ocasión.
La abuela Nuncia habría preparado
postres durante 3 días la tarde en que Tomás, Tomasito, Tomatino como le decía
ella, traería un diploma a la casa. O un contrato con un club de fútbol. O un
amigo. O una novia. O un boleto ganador de la Quiniela.
Algo que no fueran suplementos de ‘Aprenda Piano con Manolo’, una
publicación gallega de clases de piano que se vendía en forma de revistilla
semanal y que Tomás, sin haber tenido cerca y habiendo visto apenas 4 veces en
su vida un pian;, compraba religiosamente. Durante 17 años.
17 años estuvo Tomás comprando ‘Aprenda Piano con Manolo’.Eescuchaba Radio
Clásica todo el día. Jamás aprendió a cantar ni a tocar un solo instrumento.
Pero Tomás sería un pianista maravilloso. Poco convencional. Un marginal, con
un talento excepcional.
Tomás pidió a los pocos presentes en la mañana de su cumpleaños número 17,
en su mayoría familiares, que le regalaran un piano para el año entrante.
Al año siguiente, le reglaron un órgano a baterías. Inmediatamente, Tomás
agarró el teclado y salió de la casa.
Desde entonces, Tomás interpreta las más maravillosas óperas clásicas.
No verás a Tomás tocando de smoking en un escenario recién lustrado, no
tocará entre el aroma a perfume, ni entre telones de terciopelo, Tomás
interpreta lo que ha leído durante toda su vida con habilidad prodigiosa. Lo
hace en la calle, en las estaciones, terminales, paradores, peñas, rutas,
plazas, y todo lugar donde haya oídos que no estén condicionados al precio de
una entrada.
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