6 feb 2009

Andan,ZAS!


Zas!,Zas!, como bien diría El Chavo del Ocho. Y con el mismo hambre de escribir fue que me encaminé hacia la calle.

Caminé y caminé, pero más que nada esquivé pozos, baldozas flojas, cráteres que ya están dominando las veredas además de haber copado hace tiempo las calles.

Pensando en positivo, traté de imaginar que caminaba sobre la superficie lunar. Y como un explorador del espacio quise encontrar una forma de vida inteligente.

Y fue así que me encontré con Aldo P. Nlavida, un señor de unos 60 años aproximadamente, que dedicó su vida a las cuentas.

No era contador, él contaba. Contaba baches, contaba cuentos, contaba monedas, mas no contaba con amigos.

Un alma solitaria, un genio incomprendido. Su filosofía de vida se limitaba a las cosas cuantificables. Si no había mas de una cosa del mismo tipo, para él no existía. De ésta manera se comprende su desprecio por la literatura, la música, el arte en general y las personas.

Su don o incapacidad, dependiendo de cómo se lo mire, era el de reconocer las cosas sólo cuando no eran ÚNICAS.

Aldo se cagó toda su vida en la subasta de las cosas irrepetibles. Siempre prefirió lo abundante a lo escaso, todo ésto sin transitar el camino de la codicia, vivía casi en la indigencia de no haber sido por los buenos ingresos que le generaban sus estadísticas generadas por el resultado de sus observaciones.

Don Nlavida dedicaba su tiempo, por ejemplo, a sentarse en una esquina y contar cuántos autos, de qué marca y color pasaban en un día. Una vez se quedó frente a un quiosco para ver cuánta gente compraba Tubby 5 y a que nivel socio-económico correspondía; debió suspender su tarea cuando un grupo de representantes del Tubby 6 lo apretó para que modifique los resultados y vuelva el Nº6.

En otra oportunidad fue contratado por una importante empresa tabacalera para que haga un estudio de campo sobre qué fumadores de qué marca son los que más puchos convidan. Su error en ésta oportunidad fue el intento de realizar dicha observación en un recital...de Los Cafres. Al segundo cigarrillo que le convidaron se olvidó de todo y compró un cuadro de Marta Minujín. Único, obviamente. Insignificante para Aldo, irremediablemente.

Pero su desafío más grande al día de hoy puede ser la vez que lo contrataron para que concurra a un partido de fútbol y obtenga resultados sobre la cantidad de hinchas que cantan y a que volumen lo hacen. Para su asombro, en ese estadio nadie cantaba, según sus propias palabras "se escuchaban los grillos que habitan a la veda del campo de juego" e incluso pudo escuchar "el ruido del encendedor de un hombre de seguridad que se encontraba junto al banco de suplentes".

Motivado a recolectar alguna información decidió recorrer otras partes del estadio, pero nada.

Silencio, nadie cantaba.

Salió a la calle y en las cercanías tampoco se oían voces ni gritos. Ni un murmullo.

Claro!, había ido a la cancha de River.

Sin embargo, ésta experiencia no desmotivó a Aldo y hoy en día sigue contando...

1,2,3...se acabó!